De los Apeninos al Velazco


La historia reciente de las tierras que hoy componen el amplio Valle de Huaco, en medio de la sierras del Velazco, es la historia de la soledad, la paz y el abandono. Estas tierras que otrora fueron elegidas por los pueblos originarios para dejar en ellas los vestigios de una activad fecunda, y donde luego los Jesuitas y los pocos hacendados encontraron alguna pequeña fortuna entre sus rocas, fue, en la segunda mitad del siglo XX un lugar aislado y pobre.

Esta tierra dura como el granito que allí abunda y en las frías alturas de las montañas, no era una tierra de oportunidades sino más bien de desafíos. Un desierto helado pero de una belleza salvaje, natural, donde sus pocos habitantes resistían entre los viejos ranchos y potreros, pastoreando cabras y pastando ganado.

Allí llegó Fiore Marinelli en 1959, convencido por un amigo llamado César Godoy, un porteño que por esos azares había terminado allí con un pequeño aserradero y un tambo magro. Era Godoy un hombre urbano, como también lo era Marinelli, pero a diferencia de este último quería Godoy, con cierto apremio, regresar a la civilización, cansado como muchos de una vida rustica y aburrida.

En ese contexto fue que le ofreció a don Fiore venderle la propiedad de aquellas duras hectáreas, las mismas que en otros tiempos recorriera con placer infantil Joaquín Víctor González. Y don Fiore aceptó.

Marinelli también venía de Buenos Aires y la vida ajetreada de las grandes urbes, pero a diferencia de Godoy, él venía buscando fortuna, con la intención de no cejar en el empeño de encontrar progreso sin importarle las dificultades.

Hombre joven y fuerte, Fiore Marinelli había nacido en el centro de Italia, en un pueblo llamado Castelverrino, enclavado en las montañas de los Apeninos. Una tierra de granito tan duro como el de la propia Rioja, donde sus habitantes, con humilde orgullo, descienden de aquellos pastores guerreros que resistieron a los romanos hasta que fueron declarados ciudadanos del Imperio.

Es uno de esos pueblos que apresen tallados en la piedra y que el siglo XX le robó a sus jóvenes, que lo abandonaron por algo mejor.

Con solo 6 años, Fiore, su madre y sus dos hermanas, abandonaron la patria para venir a la Argentina, donde ya los esperaba su padre, un veterano de la Gran Guerra que se había cansado del hambre de Europa y quería algo mejor. Así fue su infancia, entre barcos y niños que no hablaban su idioma, entre las lecciones sobre San Martín y una admiración por su tierra abandonada. Aprendiendo a aguantar y a buscar algo mejor en el horizonte.

Esa necesidad de aventura lo llevó en el añ0 ´43 a dejar sus estudios de minería y embarcarse en algo inesperado: un trabajo de capataz en una mina de carbón en Neuquén, en una tierra que hoy reboza de petróleo pero que en esos años era desierto, conocido solo por bandidos desesperados y los pueblos mapuches que allí todavía resistían con libertad.

En esa gesta, dejado a la buena de los elementos y del trabajo duro, Marinelli persistiría durmiendo a la par de los trabajadores, aguantando el viento helado de la Patagonia y capeando la adversidad con la fuerza del empeño, porque mirar para atrás y volver a los brazos de su madre y a los reproches de su padre no era una opción.

Torito brioso, soportó estoico esperando encontrar el destino que sin embargo no estaría allí. Un día, una explosión trágica se tragó a la mina y a todos los que allí trabajaban y perdonó a Fiore por un venturoso retraso de apenas cinco minutos; o se hubiera contado entre los enterrados vivos.

La supervivencia significó para él una sola cosa: debía continuar, debía encontrar su destino en otra parte. Pero jamás volver. Buenos Aires, como Castelverrino, estaban atrás en su vida y una oferta laboral para trabajar en las minas del Famatina lo convenció de viajar al norte argentino.

La Rioja resultó un destino impensado para un joven italiano devenido en bonaerense y sin embargo allí fue a hacer valer la oferta laboral. Pero como el campesino que espera a la ley en las historias de Kafka, el trabajo no estaba, se lo habían dado a otro.

Aunque frustrado en su primer intento de conseguir sustento en La Rioja, esta tierra de montañas y valles probaría ser cautivante para Marinelli. Ya acostumbrado a no rendirse y junto a un puñado de porteños, se quedó a ver que le deparaba esta nueva provincia.

Y resultó que les esperaba toda una vida en esta tierra, una familia, hijos y nietos, amistades de fierro y los amores de su vida. Y también iba a encontrar ahí las montañas de granito, las quebradas verdes y las aguas musicales de arroyo del Huaco, las viejas tierras de los indios sanagastas, de los ingeniosos jesuitas, de los solitarios hacendados que se escondían de la montonera.

Huaco fue desde un principio una fruta con una cascara muy dura. Requeriría mucho trabajo pero en su interior había un dulce manjar. Para ese entonces, Fiore Marinelli tenía una amplia experiencia como comerciante en La Rioja y ya estaba acompañado por su mujer Rosa Elena Mercado Luna y por sus dos pequeños hijos: Carlos y Humberto. Rápidamente encontró en los nogales que ya crecían semi abandonados en las fincas que allí quedaban una forma de ganarse la vida.

La finca nogalera de la familia Marinelli se volvería la mayor de la región y reactivaría a su manera este terruño lejano y abandonado. En esos días, llegar hasta el Valle de Huaco significaba subir por las empinadas cuestas del dique y animarse a los caminos de tierra a 1400 metros sobre el mar, donde el sol y la tierra hacían desastres en los vehículos.

Rápidamente Marinelli se daría cuenta de que la nuez, fruto de cascara dura y resistente, era ideal para ese clima frio y seco de las alturas, la finca que encontró con no solo nogales sino una multitud de frutales como membrillos, duraznos, higos y castañas entre otros, pronto se volcó casi exclusivamente en la nuez hasta ocupar una finca de 25 hectáreas que posee en la actualidad.

A lo largo de los años, este emprendimiento no solo se expandió en tamaño sino que también fue cambiando la fisionomía del lugar. El Valle de Huaco está dividido entre varios propietarios que se turnan para riego que provee el pequeño arroyo El Tambito, que cruza el campo de Marinelli brevemente para luego subsumirse (solo en crecidas llega a tributar al Rio Grande de Huaco que llega a Sanagasta y desemboca en el Dique de Los Sauces). Esta vieja tradición representa un problema para un emprendimiento que busca crecer y don Fiore buscó embalsar el arroyo construyendo un pequeño muro, a semejanza de aquel construido por los Jesuitas 300 años antes. Lo hizo a pura voluntad, sin mucho conocimiento pero insistiendo. Estuvo a días de terminarlo, siempre contaría que con solo una semana más el cemento se hubiera secado y no se lo hubiera, como finalmente ocurrió, llevado una creciente temprana.

Su familia lo vio agarrarse la cabeza mientras miraba a la distancia como el agua partía el trabajo de tantos meses. Se fue a dormir y desde la mañana siguiente no volvería a hablar de ese fracaso, solo quedarían, a ambos lados del rio, las ruinas de ese murallón en donde jugarían sus nietos. Para don Fiore, las caídas eran así, solo bastaba una noche para dejarlas atrás y pasar a lo siguiente.

En otra oportunidad, convertiría un puñado de hectáreas detrás del arroyo para construir un pequeño parque llenos de aves y animales de granja, sería un placer caminar por entre los álamos danzantes y disfrutar una tarde dando de comer a las gallinas, patos, gansos, pavos reales, flamencos, ñandúes, conejos y hasta una manada de Llamas traídas desde Salta.

Pero seguramente, además de la gran finca de nogales, el proyecto más importante que emprendería Marinelli en Huaco sería la construcción de la iglesia de Santa Rosa y el parque que la rodea, un homenaje enorme a su esposa y compañera de media vida, Rosa Elena Mercado Luna, “Rosita”. Ella seguiría firme junto a su marido frente a viento y marea, criando a sus dos hijos, Carlos y Humberto y tomando muchas de las decisiones que embellecieron el campo.

Doña Rosita fallecería en 1994 y tres años después comenzarían las obras de este pequeño pero hermoso templo religioso, construido únicamente con el empeño y los recursos de la familia Marinelli. En el medio de estos trabajos se decidiría la construcción de un parque en los alrededores que además de multitud de árboles ornamentales incluirían varias construcciones más: un camposanto y un campanario que domine las alturas.

El camposanto se terminó junto con el edificio principal de la iglesia, justo a tiempo para su inauguración en el año 2002 que incluyó el traslado de los restos de Rosa Elena, en una hermosa ceremonia que incluyó a toda la familia Marinelli y Mercado Luna.

La historia del campanario sería una suerte de segundo capítulo de esta historia que comenzaría en 1999 cuando Carlos Antonio, el hijo mayor de don Fiore, lo llevaría a un viaje por Europa que, entre otros destinos, incluiría una visita por el viejo Castelverrino en Italia, a donde Fiore regresaría casi 70 años después de partir.

Una vez en el pueblo natal, por ese entonces casi fantasma debido al abandono de la población rural que asola a toda Europa, la familia Marinelli se encontró con que en el cercano pueblo de Agnone existía una ancestral fundición de campanas, la Pontificia Fonderia Marinelli, un emprendimiento familiar que se remonta y por ende remonta el nombre de la familia a mediados del siglo XIII en la región. Para celebrar este descubrimiento y como una forma de unir el viejo y el nuevo mundo de los Marinelli, se decidió encomendarle a la fundición las construcción de una campana de bronce con diseño y motivos religiosos dedicados a Santa Rosa de Lima y a Rosa Elena Mercado Luna.

Esta campana original de una de las fábricas oficiales del Vaticano, que se gestó casi por casualidad, generó la necesidad de construir un campanario. Sin embargo no sería una aventura fácil, en gran parte por la crisis en que Argentina se adentraría desde el 2001. A pesar de rondar en la cabeza de Don Fiore y de sus hijos por años, el campanario solo empezaría a gestarse en 2016. Un último esfuerzo, un último tirón para Fiore.

El campanario en todo su esplendor se inauguró el 14 de septiembre de 2019, la última construcción de este parque. Nuevamente sería en una celebración que uniría a toda la familia, junto a los amigos, pero esta vez para llevar a los restos de Fiore Antonio Marinelli, que falleciera el 17 de octubre del año anterior a los 94 años de edad, caído allí en el campo de Huaco, entre las montañas de la sierra del Velazco que él llamaba su hogar, tan lejos y tan parecidas a las gigantes marmóreas de sus Apeninos italianos.

Don Fiore y doña Rosita descansan hoy en la tierra que ayudaron a levantar durante tantos años, rodeados de acequias que repican musicales y bajo las sombras de un parque donde abundan los álamos, pinos, arces de hojas coloradas como los techos de Roma, esta belleza que resplandece lo mismo en primavera que en otoño, fue creado por Fiore y continuado por su hijo mayor, Carlos, médico de profesión.

De la mano del Dr. Marinelli, los terrenos que rodean la cabeza de estancia alcanzarían una belleza única en toda La Rioja; que es muy difícil de explicar si no se experimenta en primera persona. A la ampliación de un parque que cuenta más de 40 especies de árboles ornamentales cuyas hojas varía en color del verde azulado al rojo intenso, se le suma también la construcción de cinco cabañas y el desarrollo de los terrenos a la vera del arroyo El Tambito que hoy cuenta con un hermoso salón con quincho y asadores. Huaco entra de esa manera en el territorio del turismo preparándose para mostrar este territorio de paisajes épicos, historia ancestral y restos arqueológicos invaluables.

El emprendimiento turístico cuenta con un complejo de 5 modernas y acogedoras cabañas de dos, tres y 4 ambientes, construidas en la montaña con balcones que muestran los hermosos e increíbles paisaje, rodeados de bulliciosos pájaros que alegran los frescos amaneceres. Cada una consta de un asador individual, servicios de sabanas y toallas, somiers, microondas, horno y pava eléctrica, heladeras. Climatizadas con Aire acondicionados frio- calor lo que las hace habitables durante todo el año.

De la mano del otro hijo de don Fiore, Humberto, de profesión Ingeniero, la finca de nogales alcanzaría su actual extensión de 25 hectáreas de terreno productivo, el emprendimiento de este tipo más grande del departamento Sanagasta. En el año 1995 comenzó además una reconversión con injertos para hacer una transición de la nuez de tipo criolla (de cascara grande y poca pulpa) a la nuez de tipo Chandler o californiana (de gran tamaño y pulpa). En la actualidad, la finca rinde más de 30 toneladas de fruto al año.

 

Sobre Huaco
La pintoresca localidad de Huaco congrega en sí innumerables atractivos entre los que es válido resaltar el Río Grande, el Dique los Indios, la Casa Joaquín. V Gonzalez, la Granja Ecológica Marinelli, y la encantadora Estancia Huaco.
Se extiende allí la histórica e imponente Cuesta de Huaco, desde la cual puede observarse la increíble depresión de rocas, la majestuosa policromía de la zona y los profundos precipicios por donde serpentea el Río Huaco formando balnearios naturales.
Paisajística, histórica y entretenidamente apasionante, este paraje cercano a Villa Sanagasta, es un lugar que nadie puede dejar de contemplar al visitar La Rioja.
Huaco se sitúa a sólo 15Kms. de Villa Sanagasta, por Ruta Nacional Nº 75 hacia el norte.

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